En la mitad del tiempo litúrgico de la Cuaresma, mientras vamos en peregrinación a Jerusalén con Jesús, podemos echar una mirada a la geografía que nos presentan los evangelios dominicales.
Comenzamos en el desierto, lugar de tentación y también de compasión; luego el Señor se transfiguró en su Gloria en el monte Tabor, para bajar al valle, al pozo de Siquén y hacerse el encontradizo con la samaritana. Mañana le veremos curando al ciego Bartimeo en el borde del camino, para descender a lo profundo de la tierra, a la tumba de Lázaro en el último domingo cuaresmal.
Desierto, monte, valle, camino, tumba. Todo un recorrido exterior que nos adentra en una geografía interior. El término “geo-grafía”, etimológicamente es la escritura de la Tierra, descripción de la Tierra. Así, la Sagrada Escritura, impresa en la tierra de nuestro corazón, nos conduce a lugares de máxima cercanía con Dios para llegar a la Pascua de Resurrección.
¿Cuál es mi nuevo desierto? Su nombre es Compasión (Thomas Merton)
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