Orígenes envueltos en leyenda
El Monasterio
Ero, caballero de la corte de Alfonso VII, casado, no tenía hijos, lo cual era causa de dolor para él y para su esposa. Por intercesión de la Virgen María pedían a Dios un heredero. Una noche, ambos tuvieron un mismo sueño: la Virgen les aseguró que era voluntad de Dios que tuvieran muchos hijos espirituales.
Decidieron fundar dos monasterios. Ero solicitó monjes cistercienses a San Bernardo de Claraval, quien envió cuatro monjes. Pasado un tiempo, Ero se convierte en Abad.
Un día, se encuentra sumido en dudas sobre el más allá. Inquieto pasea fuera del monasterio hasta que escucha el canto de un pajarillo. Cuando este canto acaba y regresa al monasterio, nada es igual. ¡Han pasado doscientos años!
Leyenda repetida en numerosos monasterios medievales, relatada en la Cantiga 103 de Alfonso X el Sabio y que, en su ingenuidad, habla de trascendencia: ¿Qué hay después? ¿Quién hay detrás? Y expresa la razón de ser de la vida de la monja, atenta a esa inasible realidad: Dios.
Nuestra Historia
En 1162 aparece por primera vez el nombre del monasterio en los documentos oficiales de la Orden Cisterciense. Siempre fue un monasterio modesto, con una comunidad poco numerosa.
A finales del s. XV manifiesta cierta decadencia; tal vez sufre la presencia de algún abad comendatario. Hacia el año 1523 se incorpora la reforma introducida por la Congregación de Castilla. La desamortización obliga a los monjes a abandonar el cenobio en 1837. A partir de ese momento los edificios, salvo la iglesia y la parte visible del claustro van desmoronándose.
A partir de 1961, D. Carlos Valle-Inclán -hijo del escritor- llega en busca del lugar que inspiró a su padre los “Aromas de Leyenda”. Y comienza a concebir un sueño: reconstruir el monasterio. Con un grupo de amigos funda la asociación “Amigos de Armenteira” y poco a poco, lleva acabo gran parte de la reconstrucción. Esto permite que un grupo de monjas procedentes del Monasterio de Alloz, en Navarra, restaure la vida cisterciense.
Arquitectura cisterciense
Del primitivo monasterio sólo queda en pie la iglesia que destaca por su sencillez y austeridad. Tiene en sí todos los rasgos de la simbología y la espiritualidad del Císter. Es su espíritu expresado en su arquitectura. El juego de luces y sombras manifiesta la realidad de la monja, de la persona humana y su relación con Dios.
El crucero está cubierto por una cúpula de influencia mudéjar, única en Galicia.
Tres naves muy simples, cubiertas con bóvedas ligeramente apuntadas, armónicas en sus líneas, expresan el orden y la simplicidad del despojo.
Al fondo de la nave central, un rosetón de calados geométricos florados deja penetrar por el sol mortecino del poniente antes de que las sombras invadan de nuevo el recinto a la caída de la noche. Las iglesias cistercienses están orientadas al oriente, en busca de la primera luz; con su planta ligeramente elevada sobre el plano del monasterio, aguarda siempre la llegada del Sol naciente: Cristo.
Construida en piedra, material “salvaje, duro, rebelde” pero que cede ante la mano del hombre, se asemeja al corazón humano que requiere una paciencia extrema de parte de Dios que lo moldea y pone en él su sello.
El actual claustro, comenzado en la segunda mitad del siglo XVI, muestra en la variedad de sus claves de bóveda, las diferentes épocas de su construcción, que se prolonga durante más de un siglo. La puerta de acceso es lo único que queda del primitivo claustro.