Acercándonos a los días de Semana Santa, nuestra fe nos invita a recogernos y a inclinarnos sobre la tierra de nuestro corazón.  Así se inclinó Abraham, rostro en tierra, cuando Yahveh le cambió el nombre, le dio una misión y le prometió una descendencia (Gen 17,3-9). Así se agacha Jesús en el templo cuando cogen piedras para lanzárselas (Jn 8, 59). Este ocultamiento del Señor no es de huida, sino de interioridad y toma de distancia sobre los acontecimientos trágicos que se le avecinan. Necesita orar al Padre, hacer acopio de energía  interior y se va al desierto y a Betania antes de su entrada el Domingo de Ramos en la Ciudad Santa.

La peregrina gallega Exeria, que vivió en el siglo IV, relata en su obra Itinerarium, cómo se celebraba la liturgia de Pascua en Jerusalén. Cada día de la Semana Santa, y en especial el Triduo Pascual, la comunidad de Jerusalén, recorría los Santos Lugares a unas horas determinadas. Exeria, que permaneció tres años en la Ciudad Santa, es muy precisa en la descripción de estos lugares y sus tiempos.

Ahora no es aquella época y tampoco estamos en Tierra Santa, pero sí podemos acercarnos a la Escritura como “lugar santo” y permanecer en la Palabra; leerla despacio, inclinar el oído de nuestro corazón sobre el códice y dejar que el relato de la Pasión resuene en nuestra liturgia interior.

Se acercan estos días santos cargados de misterio que hay que descifrar como la escritura del musgo en el papiro de la piedra.

 

¡¡ OS DESEAMOS UNA PROFUNDA Y VIVA SEMANA SANTA ¡!