Fraternidad de laicos

Todos llevamos una Presencia amorosa, cálida, cercana, cuidadosa… en nuestro interior. La presencia del Amor. Del Amor que un día se expresó en Jesús y se sigue expresando en nosotros, si se lo permitimos. La Presencia del Resucitado. Somos habitados por esa Presencia. Una Presencia que nos cuida que nos invita a cuidar también, a compartir, a vivir comunitariamente y abiertos al mundo, muy abiertos al mundo.

La fraternidad de Armenteira, para mí, supone eso. Vivir esa presencia de un modo comunitario. Cuidar la relación con ella juntos, en comunidad. Ayudarnos mutuamente a cuidarla, a vivirla. Supone comprender cómo nos habla a cada uno, cómo nos habla a través de la Palabra y a través de la vida. De la vida de cada uno y en cada uno. Entiendo que somos un conjunto de personas,  que, con la ayuda del silencio, la Palabra y el encuentro profundo con nosotros mismos/as tratamos de alcanzar ese lugar hondo de vida desde donde somos habitados/as e impulsadas/os. Un lugar que nos invita a ser felices, solidarios/as, a crear un mundo mejor, de un modo real. La Fraternidad, entiendo, nos ayuda a esto. Y esto se da en un lugar concreto y con unas monjas concretas que nos ofrecen no sólo su casa sino también su presencia cercana, amorosa, cálida y su disponibilidad para expresarnos su recorrido a través de la Palabra y la vida. Y la Palabra en la vida. Su encuentro con lo profundo que las habita.

Siento agradecimiento por este encuentro, por las personas, por el lugar, por esta ayuda de encuentro para avanzar hacia lo más hondo de mí misma. Ese lugar que me hace ser más humana, más yo, aportando al mundo mi misión concreta.

Armenteira es para mí hoy un referente de encuentro profundo, a través del silencio, la Palabra y la oración…