La iglesia ortodoxa, durante este tiempo de Cuaresma que ayer, Miércoles de Ceniza, comenzamos, recita profundamente la antiquísima oración de San Efrén el Sirio (304-373) que empieza diciendo :Señor y dueño de mi vida. Ese “Señor” evoca a Dios más allá de Dios y el “dueño de mi vida”, nos introduce en  nuestro origen  más allá del tiempo y del espacio, nos introduce por inmersión, en la palabra y el aliento divinos, donde están nuestras raíces. Este tiempo penitencial, nos lleva al desierto del corazón, para regresar a la realidad. Eso es la penitencia, esta palabra que tanto nos asusta y no terminamos de conectar con ella, emprender el camino de regreso a la realidad, porque nos habíamos alejado de Dios, casi sin darnos cuenta.

Los días de Cuaresma devienen hacia la Resurrección y  la esperanza gracias a la fe. Mientras que vivir sin fe, significa que los días desgastan y  nos encaminan hacia la muerte. Pero no, Cristo se entregó por toda la humanidad y aunque necesitamos del tiempo y del espacio para atravesar la noche y llegar hasta la Luz, Él recorrió antes el camino y el Padre no le abandonó. Cristo nos abrió las puertas del Paraíso y somos hijos e hijas de la Luz y de la Resurrección.

Cojamos el caxato (bastón) de la Palabra, el ayuno, la oración y la limosna para atravesar este camino cuaresmal, un bastón y nada más (Mc 6,8) y volveremos con dos campamentos como Jacob (Gen 32,11)

Pequeña flor de esperanza, una oración  por la paz en Ucrania.