Scivias II,I

 

Un  17 de Septiembre, como hoy, pero del año 1179, moría en el monasterio de Rupertsberg, Hildegarda de Bingen, y el cielo dibujó un doble arco iris, como queriendo regalarle a esta indescriptible monja benedictina, su última visión.

Hildegarda fue ante todo una visionaria, que supo plasmar la mística revelada a través de sus escritos, de sus pinturas y de su música, pero sobre todo con  su vida y ejerciendo la sanación integral de las personas. Ella dice de sí misma que apenas tiene conocimiento de las letras y que recibe la inspiración

despierta de cuerpo y mente en los misterios celestes, lo vi con los ojos  interiores de mi espíritu y oí con los oídos interiores, y no en sueños, ni en éxtasis

Hildegarda solía decir una palabra que para ella significaba la esencia misma de la vida en cuanto burbujeo, metamorfosis y creación: verdor. En todas partes hay verdor, por eso no encanece el mundo. Y establecía una potente relación entre virgen y verdor – virgo et viriditas-, ambas tienen la misma raíz y viven de la Luz. La Luz viviente  inunda sus visiones y  confiere la primera cualidad a una virgen: su espléndida concentración; y da sentido a  viriditas, que además de verdor, también tiene las acepciones de frescor, vigor, fortaleza, lozanía.

Esa luz resplandeciente, claridad, reflejo o resplandor,  es la Presencia de Dios

Yo que soy el Yo sin origen, y en que todas las cosas tienen su comienzo y que soy yo el Anciano de los Días (Dan 7,9) digo: Yo soy el día de mi mismo, un día cuyo brillo no viene del sol, sino que Él causa su brillo al sol.

Dios ha sembrado su Luz en cada uno de nosotros, palabras de luz…

Concédenos Señor, a ejemplo de Santa Hildegarda, doctora de la Iglesia, la sabiduría de la Naturaleza, de los colores y de la música y como seres de la Luz, absorber esa luz y transformarla en aliento de vida. Por Nuestro Señor Jesucristo….