En este día de Miércoles de Ceniza, los cistercienses medievales, bendecían las cenizas mirando al Norte, lugar de las tinieblas, donde nunca da el sol. Aunque parezca un poco tétrico, tiene su simbología profunda, pues se inaugura litúrgicamente, el tiempo de Cuaresma, durante el cual, los cristianos iremos girando nuestra mirada interior hacia el Este, por donde nos visitará  el Sol que nace de lo alto (Benedictus), Cristo Nuestro Señor. Así también, el Císter construye sus iglesias con orientación hacia el Naciente, para alabar al Señor desde la salida del sol hasta su ocaso (Salmo 112,3).

A veces el sol permanece oculto y el evangelio de hoy nos habla del Padre que habita en lo secreto, en lo invisible del corazón, en las raíces del cielo,…,  de Él recibimos su Luz.

Juan Clímaco (s  VII) -considerado el padre del hesicasmo-, nos habla así de un silencio de luz

El silencio, como conocimiento, es la madre de la oración, la libertad de la cautividad, la preservación del fuego, el control de los pensamientos, el espía de los enemigos…, el compañero de la hesiquía, el adversario del deseo de enseñar, el auxiliar del conocimiento, el artesano de la contemplación,  un progreso invisible y una ascensión secreta,…, el amigo del Silencio se acerca a Dios y, entreteniéndose con él en secreto, recibe su luz.

La Cuaresma no es un tiempo de oscurantismo, si no de recibir la luz. Que a los cristianos, no nos pase como cuenta el diplomático e intelectual  portugués, Jose María Eça de Queirós, que le ocurre a los poetas

En los rincones tradicionales de la poesía, entre la hierba, junto a las fuentes, bajo las sombras, ya no se encuentra un solo poeta. Están todos atrincherados en el fondo del alma.

Abre el regalo que es hoy, da un paseo por la Naturaleza, y estrena mes de Marzo –hacia una incipiente primavera-, estrena el tiempo litúrgico de Cuaresma y «estrena un corazón nuevo y un espíritu nuevo» –versículo de Vigilias del Miércoles de Ceniza-.