camelia

Es invierno, caen las lluvias, arrasan los vientos llevándose consigo viejas tejas del tejado, árboles que creíamos bien enraizados y objetos que aparecen a kilómetros de distancia. No vemos desde aquí las olas del mar pero las intuimos. El mar bravo siempre está cerca de cada ser que habita nesta terra mariñeira.

Sucede que la naturaleza tiene sus guiños. En medio del diálogo caótico de la lluvia con el viento, de las nubes con el frío, de los aires desbordantes con nombre de mujer, Ruth, Stephanie…ahí, en el epicentro del combate, las camelias florecen.

Ellas son nuestras aliadas. De ellas obtenemos un aceite con fabulosas propiedades cosméticas. Y con el aceite fabricamos jabón; también con nombre de mujer: Hildegard. Ruth, Stephanie, Hildegard…y todas nosotras convivimos formando parte de un mismo lienzo, un paisaje de luz y sombra.

Pero hoy el Evangelio nos habla de ser luz. Ser la luz de la Luz. Así lo veía Hildegarda de Bingen cuando escribió Scivias:

Yo, la Luz Viviente que ilumina lo que es oscuro, he puesto al ser humano que Yo quise … en medio de cosas maravillosas, más allá del alcance de los seres humanos que en el pasado vieron en Mí muchas cosas ocultas.

En medio de cosas maravillosas…