Pentecostés 2015

 

La monja cisterciense del s. XIII, Sta Matilde de Magdeburgo, famosa beguina, que llamó a las puertas del monasterio de Helfta, a los sesenta años, con toda probabilidad no para hacerse monja, sino buscando un refugio, pues estaba perseguida por denunciar los vicios del clero y de los poderosos, nos dejó pequeñas «perlas» de su mística. Dice así en un diálogo entre el alma y Dios, en boca de éste último:

Las montañas más elevadas de la tierra no quieren recibir las revelaciones de mis gracias. Por naturaleza el flujo de mi espíritu santo fluye a los valles

Conocemos el simbolismo cisterciense de los valles: nuestros monasterios están ubicados en la humildad, en lo hondo de los valles como símbolo de la profundidad de nuestro interior, del abajamiento en donde fluye el Espíritu.

Matilde terminó su libro en Helfta, pero no sabemos si esto lo escribió antes o después de ingresar en el monasterio cisterciense. Poco importa, lo importante es hacer referencia al título de su libro, “La luz fluyente de la divinidad”, porque el acento no está en “Luz”, ni tan siquiera en “divinidad”, sino en que fluye, en que es el Espíritu quien dinamiza y mueve esa Luz.

Es lo que celebramos  en Pentecostés,  el fuego del Espíritu Santo que fluye o que se propaga continuamente como lo expresa Yolande Durán, en su libro «Enamorada del Silencio»

Este Dios, esta realidad última, este Invisible que se propaga continuamente más allá de lo visible, da a la menor rama de árbol, a la menor gota de lluvia, a la menor sonrisa, una presencia insospechada

Párate un minuto y déjate sentir esa presencia insospechada… del Espíritu fluyente