El escritor francés Christian Bobin, en su libro “Resucitar”, sobre la experiencia tras la muerte de su padre, escribe

Me incliné sobre la tumba de mi padre y apoyé la mano en la piedra fría. Unas nubes oscurecían el cielo. El sol apareció y posó su mano sobre la mía. Lo helado de la piedra me hablaba de la ausencia definitiva de mi padre y el calor del sol me hablaba de la dulzura siempre operante de su alma. Permanecí así solo unos pocos segundos, después me levanté y volví a la ciudad con una fuerza enorme en el corazón.

Podemos dejar de nadar, después del tiempo de duelo, en las aguas superficiales de la emoción y el sentimiento doloroso que conllevan la pérdida de un ser querido, y sumergirnos en las profundidades de la serenidad. No hay atajos, pero desde ese fondo sereno, podemos experimentar, como dice el autor anterior “signos de una resurrección anticipada, directamente en contacto con la vida”. Estos signos de vida resucitada llenan nuestro día de frutos y de color.