Estos días en Galicia estamos de luto, por las personas que han muerto, los hogares quemados y la Naturaleza calcinada, a causa de los incendios  forestales. Y porque atentar contra la  Creación es atentar contra nosotros mismos, contra los demás y contra Dios. El verde paisaje gallego se ha tornado de un gris cenizoso.

San Bernardo decía

He aprendido más entre los árboles y las piedras que lo que les he escuchado a los maestros

Y el gran escritor norteamericano Henry David Thoreau del siglo XIX

Me dirigí a los bosques porque deseaba vivir deliberadamente, enfrentarme solo a los hechos esenciales de la vida y ver si no podía aprender lo que tenían que enseñarme y no, cuando llegase la hora de la muerte, descubrir que no había vivido.

Los árboles, con su estar majestuoso en  los montes, son como un espejo en el que podemos ver reflejada nuestra verdadera identidad. Ellos saben en dónde están y nos devuelven nuestra estabilidad interior. Nos enseñan, sin palabras, lo esencial de la vida, solo con pasear entre ellos y respirar su presencia. Como dice la poesía del maestro Zen, Rafael Redondo

El árbol me conoce,

saben de mí la nube y la montaña.

El Miércoles de Ceniza se ha adelantado “na nosa terra galega”, ahora nos toca recuperar el verdor del rural, el aire húmedo “das nosas carballeiras e a flor do toxo” (de nuestros robledales y la flor del tojo), porque como apuntaba Hildegarda de Bingen, monja alemana del s XII, el verde da vigor y limpia la mirada.