silencio

«Le trajeron un ciego, pidiéndole que lo tocase. Él lo sacó de la aldea, llevándolo de la mano«.

El escritor, Antonio Muñoz Molina, se refirió hace unos años a una mujer, cuya experiencia al ser diagnosticada de cáncer, le abrió los ojos a una intensidad vital que, hasta entonces, no había disfrutado. «Winifred Gallagher tuvo la sensación de perderlo todo de golpe cuando le diagnosticaron un cáncer y a lo largo de los meses del miedo a morir y del tormento de la quimioterapia intuyó algo en lo que hasta entonces no había reparado, una fortaleza personal que desconocía, una capacidad de enfocar su atención en el tiempo presente en vez de mirar hacia la posible negrura del porvenir inmediato o de refugiarse vanamente en la nostalgia de su vida anterior a la enfermedad… fue aprendiendo en los meses de su tratamiento que la forma de la vida es la suma de las cosas a las que decidimos estar atentos. Lo que no ves no existe…» La maravilla reside en la atención y visión del ahora. Lo cual, al contrario de lo que se pueda pensar, no resulta monótono ni aburrido. Al contrario «ahora se sabe que el cerebro tiene una plasticidad muy superior a la que se imaginaba hasta hace muy poco, y que continuamente se está modificando, estableciendo nuevas y deslumbrantes conexiones que son los chispazos del aprendizaje, los de la atención maravillada.»

Esta atención viene propiciada por un silencio interior que, aunque puede brotar espontáneamente, es también fruto de un cultivo. Dice Isaac el ninivita:

Esforcémonos ante todo por callar y entonces, desde nuestro mismo silencio, se engendrará en nosotros algo que nos conducirá al silencio. Pues «el silencio te unirá con Dios».

Jesús pone silencio en los ojos del ciego: «le untó saliva en los ojos» y por si no fuera suficiente «le puso otra vez las manos en los ojos». El hombre por fin pudo mirar, «estaba curado y veía todo con claridad».  Ese silencio recién habitado crea una atmósfera de plenitud parecida al estado de enamoramiento. Hay quien incluso desea habitar en ese silencio y no salir de él. «No entres si quiera en la aldea» le dice Jesús al vidente. Y repite Isaac de Nínive, porque «el silencio te unirá con Dios».