Nos viene bien recordar que ahora comenzamos el Triduo Pascual – Viernes, Sábado y Domingo-, porque para los judíos, el día comienza la víspera, así que con esta celebración nos introducimos en el tiempo litúrgico, que durará Tres días y que discurren según una continuidad celebrativa. Pues esta ceremonia no se cierra, continúa en la Adoración de la Cruz de mañana y en  la Vigilia Pascual, de la noche del Sábado.

El lunes de esta semana Jesús participaba de otra cena, no era la Cena del Señor o Última Cena que hoy vamos a rememorar con esta celebración, sino que estaba en Betania, en casa de sus amigos, Marta, María y Lázaro (Jn 12, 1-11).

Días antes, Jesús dejó de aparecer públicamente y se retiró a la región vecina, al desierto y pasaba el tiempo con los discípulos (Jn 11, 45-57). Amigos, discípulos son el pequeño círculo que rodea a Jesús  días antes de su muerte. Busca la cercanía y la intimidad, intuyendo lo que se le viene encima.

En la cena de Betania, María rompe un frasco de perfume de nardo carísimo y su aroma inunda toda la sala. En la Cena del Señor, el que se rompe y se derrama es Él, en los signos del pan y del vino, para alimentar nuestra fe y visión del universo.

La vida del alma se toma directamente del altar, con asombro y sin análisis, como el poeta toma la carne y la sangre de la poesía directamente del prado y del río, sin sofisticación, sin crítica, con humildad y amor. (Evelyn Underhill)

Jesús dijo: yo no he venido a ser servido, sino a servir y a dar la vida en rescate por todos (Mc 10, 45). Hay un vínculo entre el servicio y el dar la vida. Se trata de  una entrega que no es estéril, sino que engendra comunidad. Muero a mí misma para los demás. Y la Cena del Señor une el morir de Jesucristo con su  servicio  a la Humanidad, Él muere para seguir vivo en cada uno de nosotros reunidos en la ecclesia.

Hay una relación entre servicio (morir) y comida: “el propio Jesús no ha teorizado sobre dicha relación y nunca ha dicho qué era. Tal vez no lo supo, la había vivido en el gesto eucarístico que une la inminencia de la muerte y su más allá comunitario” (Paul Ricoeur)

No existe aspecto sacrificial alguno, solo significar que la vida no termina y que pasa a través de la muerte hacia la gloria. Pues del mismo modo que  no nos resistimos a lo que ocurre –nos guste o no, nos apetezca o no-, y el tránsito por la aceptación nos cambia la mirada de la realidad, de forma que ya no es igual que antes; así, la resurrección después de la muerte no es volver a esta vida, sino que los parámetros  son otros –incomprensibles, inaprehensibles- y entraremos  en la bienaventuranza eterna.

En esta Cena, Jesús nos deja unas palabras de salvación –ahora en el argot informático se habla de palabras poderosas, cuando quieres captar la atención sobre un evento-. Jesús tiene palabras, no solo poderosas, sino de salvación.

Cristo imprime, hunde, inscribe esta caridad mutua y continua, muy profundamente en nuestros corazones  con la palabra y el ejemplo cuando dice: amaos los unos a los otros como yo os he amado. (Balduino de Ford, monje cisterciense s XII)