felicidad

El publicano mira hacia dentro (“no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo”); el fariseo, hacia fuera (estaba “erguido”). El publicano no se encoje por temor sino para generar dentro de sí una caja de resonancia que recoja exactamente, sin distorsiones, la verdad develada por la limitación inherente a la vida humana. No se adentra en su interior buscando escarmentarse (lo cual lo hubiera endurecido…habría deshecho su concavidad para convertirse, como el fariseo en un ser “erguido”, rígido). No…el publicano entrar en su “interior bodega” que diría San Juan de la Cruz, para llenarse de la misericordia de Dios: “¡Oh Dios ten compasión de este pecador!”. Ten compasión…compasión, compasión…Por esa resonancia de verdad, ”el publicano bajó a su casa justificado”…es decir, contento, liberado, genuinamente envuelto de suavidad; el publicano se comprendió a sí mismo y fue desbordado de ternura. Entró, en lo que llamaban los medievales, el “abyssum luminis” en el “pelago aeternae felicitatis”…abismo de luz…océano eterno de felicidad.

Acercarse a una misma…sin rebotar las sombras hacia fuera…supone aproximarse a la orilla del mar de Dios.