Atravesando

Jesús atravesaba la noche orando. Jesús atravesaba los sembrados y también ciudades y aldeas enseñando. Su mirada atravesaba corazones y leía a través del  cuerpo malogrado, sanando a las personas. Y tú ¿cómo atraviesas la vida?

El destino de Jesús de Nazaret estaba claro, ir a Jerusalén. Todo lo que acontecía estaba sustentado por la fuerza oculta del amor del Padre que le llevaba hacia Jerusalén. Él se dejaba llevar por la voluntad del Padre, y éste dejarse llevar, éste dejarse hacer, paradójicamente, le hacía dueño y señor de su existencia.

Si queremos como Jesús pasar por la vida haciendo el bien y curando, debemos entrar por la puerta estrecha del despertar. Sólo haciendo camino en nuestro interior ,se nos abrirá la puerta hacia lo profundo de nuestro corazón, donde está la Fuente, donde está Cristo. Este camino personal requiere mucho coraje, pues es una agonía (Lc 13,24), un esfuerzo que conduce hacia una vida plena. Exige mucha disciplina, que lejos de hacernos rígidas, nos humaniza y es portadora de felicidad[1].

Se necesita mucha constancia y vigor para ir por la senda de la consciencia, tantas veces invisible, como el grano de mostaza o la levadura en la masa, pero con el paso de los años se presiente ese Reino que va emergiendo poco a poco dentro de cada una de nosotras y que sin saber cómo, se transmite hacia el Universo. Esta mente universal,esta comunión universal no tiene límites, alcanza al Oriente y al Occidente, al Norte y al Sur y todos participamos del banquete del Reino (Lc 13,29)

Jesús navegaba a través del mar de Galilea hacia la otra orilla, y su última travesía fue en la Cruz: atravesó la muerte camino de la resurrección. De nuevo la pregunta del inicio ¿cómo atravieso la vida?, o mejor, ¿cómo dejo que la vida pase a través de mí?


[1] ENZO BIANCHI, Una lucha por la vida Ed. Sal Terrae.2010