La celebración del Triduo Pascual empezó ayer con la celebración de la Cena del Señor. En este segundo momento vamos a celebrar el amor fiel y comprometido de Jesús, que le llevó hasta la cruz.

La cruz ante la cual hoy nos vamos a postrar es el ejemplo primordial del dolor, nacido de un amor que da vida.

Jesús no murió como una víctima pasiva para satisfacer una exigencia divina. La muerte de Jesús en la cruz forma parte de un misterio que es el “Misterio del Dolor a cambio de Vida”. Por la cruz nacemos de nuevo como verdaderos Hijos de Dios.

Esta experiencia de Jesús de “dolor a cambio de vida” está conectada íntimamente con la experiencia del parto de una madre.

Una de las autoras que han descrito más elocuentemente esta conexión, ha sido Juliana de Norwich, teóloga y mística del siglo XIV, que nos dice lo siguiente

Sabemos que todas nuestras madres nos dan a luz para sufrir y morir, oh sí… Pero nuestra verdadera Madre Jesús, es la única que nos da a luz para la alegría y la vida sin fin, bendito sea Él. Por eso nos ha llevado dentro de sí mismo con amor y trabajo, hasta que llegada la plenitud de los tiempos nos liberó, sufriendo los dolores más crueles. Y en el último momento Jesús murió. Y cuando ya hubo terminado, y de esa manera nos hubo parido para nuestra dicha, todo esto no bastó para satisfacer su maravilloso amor.

Con la vida, muerte y resurrección de Jesús se introdujo un nuevo Espíritu en la historia, el Espíritu de esperanza viva.