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El rico tiene sed: “manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua”. Ha comido y ha bebido “espléndidamente cada día” pero esa satisfacción meramente corporal ha cegado su sensibilidad para detectar que la sed de su ser solo podría saciarse vaciándose de sí mismo y llenándose de misericordia.  Ahora el rico lo pasa mal. Vive un infierno. Y reclama al Dios de sus padres, al Dios de Abrahán, que suceda algo extraordinario, algo “sobrenatural” para salir de su particular condena. Pero no. Jesús dice a sus oyentes: no hay que esperar a que suceda nada sobrecogedor para cambiar; para salir de la inercia del egoísmo; para dejar caer la máscara de la insensibilidad. Todos ellos “tienen a Moisés y a los profetas”. Es decir, todos ellos han escuchado que lo más importante para vivir humanamente es amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente y  amar a los demás como a uno mismo. “En estos dos mandamientos se basa toda la ley y los profetas”. Mt 22, 40.

Reconocer que tenemos sed del Ser…es lo primero para desenmascarar otras sedes que no nos conducen a las fuentes de agua viva. “Bendita necesidad que el Ser ha despertado en forma de Sed. Sed ardiente y pausada, a la vez que extrañamente se aquieta en un desierto de dunas que se mecen como olas de Mar, donde la sed se colma de claridad cuando la Presencia se vislumbra”. Javier Melloni.