vidaDice Jesús: «Vosotros sois la luz del mundo…no se enciende una lámpara para ponerla debajo de un celemín sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de la casa». Mt 5, 13-16.

Precisamente hoy, que acabamos de iniciar el tiempo ordinario apagando el cirio Pascual, se nos recuerda que somos luz, «abyssum luminis»…luz que se engendra en el fondo insondable de nuestra propia humanidad…

Pero ¿por qué vamos por ahí como mujeres y hombres oscuros, entristecidos, abrumados? El monje Silvano del Monte Athos reconoció que Dios nos ama de un modo incondicional e ilimitado pero nosotros, con nuestros conflictos de personalidad, nuestros reparos y excesivos sentimientos de culpa podemos realmente convertirnos en seres opacos. Silvano advierte de que en estos casos estamos provocando un «eclipse de sol».

¿Por qué nos eclipsamos? Paradójicamente porque nos apegamos a lo que nuestra mente nos dicta que es la luz (bienestar, placer, orden, éxito…), rechazando lo que es oscuridad. Pero, como dice el salmista: (para Dios) «la tiniebla no es oscura; la noche es clara como el día». En nuestras experiencias más incomprensibles nuestro universo interno puede estar reordenándose, el caos puede ser preludio del cosmos…de la armonía.

¿Y qué más Silvano?

Muchas personas piensan con desesperación: «He pecado demasiado». Pero olvidan que sus pecados son como una gota de agua comparados con el océano del amor de Dios.

Una pista: medita, quédate en silencio, atraviesa tu mente y tu ego en tu vida cotidiana, reconoce tus puntos de enganche, sonríe…y suelta. Un sabio de la India, Dhiravamsa nos dice: «cuando una persona es capaz de hacer equivalentes la oscuridad y la luz, se vuelve radiante, tanto interna como externamente». Él también lo dijo muy claro.