jacob«Créeme mujer: se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así». Jn 4, 6-42.

El poeta y místico sufí Rumi lo expresa de este modo:

El templo del amor no es
el amor en si mismo;
el amor verdadero es el tesoro,
no sus muros.

El verdadero amor…es el culto verdadero pero ¿resulta fácil adorar así al Padre? Antes las cosas estaban más claras. Una sola religión, unos ritos aceptados por la mayoría, una cultura bien delimitada y una identidad cohesionada.

Y ahora ¿qué? Las iglesias están vacías…pero ¿hemos logrado el culto verdadero, en espíritu y verdad?

Dice Javier Melloni:

Se ha dicho que hoy en día el problema no es tanto el ateísmo como el politeísmo, el tener muchos dioses.

Y, ¿cómo distinguimos el dios del Dios? Lo distinguimos en cómo esa forma de adoración o de entrega nos somete a ella o nos libera. Éste siempre ha sido el criterio que distingue la idolatría de la verdadera creencia. Lo propio de un ídolo es generar víctimas. Y lo propio de un Dios verdadero es liberar a quien se entrega a él porque se abre al Absoluto y, de esta manera, no queda reducido.

El espacio de Dios es infinito…ya no es necesario el templo de Jerusalén ni el de Samaría. Aunque es bueno que haya templo porque necesitamos espacios y lugares donde cultivar todo esto. Pero no se trata de ese absoluto de mi templo que lo que hace es negar todas las otras posibles manifestaciones de Dios que están fuera del recinto de mi templo.

Poner verdad en nuestra vida es poner consciencia a cada uno de sus momentos. Y entonces el templo ya no está en un lugar determinado sino que todo momento y todo acto se convierte en sagrado y, por tanto, se convierte en templo. Y por eso los verdaderos adoradores ya no adorarán en Jerusalén o en Samaría sino que cada instante de su vida será su adoración, será su vivir en espíritu y en verdad. Y eso convertirá en sagrada cada una de las cosas que vivamos.

Y termina Rumi:

Descubierto esto remplaza todo lo demás,
lo aparente y lo desconocido.
tiempo y espacio son esclavos de esta presencia.

Descubrir esto, el «Yo soy» de Jesús, remplaza todo lo demás…todo culto relativo. Pero el culto relativo orientado hacia el verdadero culto (Amor-Presencia) nos puede ayudar, en medio de tantas inercias de muerte, a llegar a ese «surtidor de agua que salta hasta la vida eterna». El Absoluto.