La imagen que nos acompaña pertenece al libro de Santa Hildegarda, Scivias (Conoce los caminos), donde relata varias visiones. Ésta se titulada “La Palabra encarnada” y durante la misma, la mística benedictina escucha una voz que le dice
En ti siembro mi Luz
Y el evangelio de hoy es la parábola del sembrador (Lc 8, 4-15), en la que todos somos llamados a hacer fructificar la palabra, la luz sembrada por Cristo en la tierra buena de nuestro corazón.
Siguiendo con la ilustración, en ella podemos ver, un doble movimiento. El primero es ascendente y se inicia en la parte de abajo, donde una figura luminosa envuelta en llamas,“transforma una pequeña masa cenagosa que yacía en el fondo del aire; la calentó hasta transformarla en carne y sangre y, al soplar sobre ella, se irguió un ser humano vivo”.En un lenguaje que nos resulta un tanto extraño, pero muy plástico, narra la creación del primer Adán, el hombre de colores de tierra y pelo canoso, del centro de la pintura. Adán después caerá, sumergido en las tinieblas y representado en la pequeña y pálida silueta de la parte superior derecha.
El segundo movimiento comienza en este Adán caído y en una dinámica descendente, es restaurado por Cristo “el lucidísimo fuego inabarcable, inextinguible, viviente todo y todo vida”. Pero como dice San Pablo en la primera carta a los Corintios (1 Cor 15, 35-37. 42-49), en la eucaristía de hoy, la vida no es lo más importante, hay más
el espíritu no fue lo primero; primero vino la vida y después el espíritu. El primer hombre, hecho de tierra, era terreno; el segundo hombre es el del cielo,
Así que del Adán terreno -figura central-, del ser vivo, surge, por el contacto con el Hombre luminoso que es el Hijo de Dios, el ser humano celestial, que ya no se puede de separar de Él.
Todo enmarcado en la Creación representada por los seis medallones del centro. Dios creó el mundo en seis días, eso significan cada círculo pequeño, círculos que podemos contemplar en las iglesias cistercienses con idéntica simbología teológica medieval.
Hildegarda conoce las fuerzas que brotan del hecho de que Cristo haya salvado a la persona. Se trata de fuerzas que hacen fructificar sus pequeños esfuerzos diarios, sus pequeñas victorias y su discreta, pero pertinaz valentía, y que por último propician que retorne a Dios, el cosmos maravillosamente renovado por Cristo.
Y de hacer fructificar sabe mucho la hermana Evarista que durante todo este verano ha cultivado nuestra pequeña huerta ecológica con dedicación y cariño.
Seguro que a Hildegarda le hubiera encantado probar estos calabacines llenos de luz ¡¡¡
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