Tanto para el conocimiento personal como para el desarrollo del espíritu, una práctica muy valiosa es escribir un Diario. Lo pongo en mayúscula porque se convierte en fuente de revelación personal. No se trata de registrar acontecimientos, sino que es la historia del espíritu, historia de salvación que Dios va haciendo con cada quien.

Es muy recomendable leer periódicamente lo escrito, por ejemplo cada semana. El ejercicio de esta lectura tiene una doble función. Por un lado, darle a las emociones que han coloreado una realidad, su puesto real, por ejemplo, a veces crees que te has sentido muy triste durante varios días y ves que no ha sido para tanto porque lo tienes escrito; y por otro lado, la relectura propicia el reconocimiento de la acción de Dios en lo cotidiano, al encontrar registradas entradas de la Presencia  de Dios, lo cual ayuda grandemente a fortalecer la fe. Debajo de las olas de lo acontecido, hay un mar místico de fondo. Se podría decir que volver sobre el Diario es una forma particular de recapitular en Cristo lo vivido, convirtiéndose así en “lugar de mi reposo, de mi reposo interior con Jesucristo”.

Para esta práctica espiritual tan antigua, que ya la recomienda san Atanasio en la Vida Antonii[1], se requiere  constancia, pero la diarista comprobará con asombro que su pluma tiene vida propia y que no escribe desde la mente, sino desde otra dimensión, la espiritual.

Si da mucha pereza, puede suplir al diario, hacer un recorrido interior del día transcurrido, al final de la jornada. Es un modo de tomar consciencia de la realidad a luz de la misericordia de Dios.

Sea esta experiencia un pequeño recordatorio, a modo de puerta para adentrarnos en el misterio de Cristo, en el día de la celebración de San Atanasio de Alejandría.

[1] San Atanasio en la Vida Antonii, Ed Montecasino, Zamora, 1975, punto55.