Con las primeras Vísperas de esta tarde comienza la fiesta litúrgica de la Presentación del Señor en el templo. Es como el final de la trayectoria que ha dejado en el cielo, la estrella de Belén. El tiempo de Navidad declina, la estela se difumina en el firmamento para empezar a alumbrar en el interior nuestra fe.

“Cielo era Simeón que conoció al Señor infante; cielo, Ana la profetisa; cielo Zacarías e Isabel”,  dice San Elredo (s XII) Y yo ¿qué soy? Continúa el abad  de Rieval

Abismo es el alma por la grandísima profundidad de su naturaleza

Así que nos toca ir explorando esa profundidad que es nuestro interior ya que hemos sido creadas a imagen y semejanza del Creador ¿Y  qué herramientas tengo para ello? A través del silencio, del contacto con la Palabra,  paseos contemplativos  en soledad, en la salmodia comunitaria o participando de la eucaristía. Poco a poco con esta práctica espiritual se irán apartando ruidos y agitaciones y te encontrarás con Cristo. Y esto “funciona” para todos los seguidores de Jesús. Dice el salmo 63,7

La persona es profundidad y su corazón un abismo

Hoy podemos encender la lámpara de la Escritura para que ilumine nuestra realidad, podemos coger a Jesús en los brazos como hizo Simeón, manteniendo siempre la esperanza sin sucumbir a la impotencia. Y mañana, puedes ir  a participar de la eucaristía, llevando las candelas encendidas según esta bellísima costumbre de la Iglesia.

Que Cristo ilumine la fe, haga resplandecer vuestras obras, os sugiera una palabra buena, encienda vuestra oración y purifique vuestra intención (Guerrico de Igny, s XII)