“Amarás…Dios…corazón…alma…ser…prójimo…ti mismo” Mt 22, 34-40. El mensaje de hoy es tan inabarcable que al leer este pasaje del Evangelio nos convendría realizar pausas entre las palabras, pronunciarlas despacio, respirando en cada sílaba.

Una lectura no racional sino casi corporal, digestiva. Dejar que las palabras se saboreen en el paladar del corazón, como expresa San Bernardo en sus sermones sobre el Cantar de los Cantares. Y aunque no sepamos latín podemos incluso penetrar esta indicación con la musicalidad que dan los textos originales sapor in palato, in corde est sapienti…El alma que rumia la Palabra, como las vacas la hierba de los prados, aprende a interiorizar el misterio que se esconde tras ella ¿son solo palabras?

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Mediante la maceración del Evangelio en el interior, la Palabra misma, el Verbo, comienza a instruirnos en la sabiduría dejándonos un poso de dulzura. Es la dulzura-experiencia que supone una transformación progresiva del corazón. Como dice el salmista: “gustad y ved que bueno es el Señor”.