Para llegar al fondo de nosotros mismos, para conectar con nuestro ser profundo hemos de tener «la casa sosegada«, que diría San Juan de la Cruz; hemos de buscar el silencio, la soledad. Ciertamente esta parece ser una anti-receta para una sociedad que promociona la prisa, la masificación y el ruido. Pero estamos hechos de silencio. Y solo cuando llegamos a él, percibimos que a él pertenecemos. Buscar momentos de apaciguamiento, en lugar de adormecernos, nos infunde una energía renovada. La noche es ese tiempo propicio. Ya sea antes del amanecer ya sea al anochecer, una meditación en silencio, respirando, abriendo el corazón…puede ser oro molido para tu vida.

«Si en las vigilias nocturnas eres diligente en ofrecer desde las entrañas del corazón esa especie de primicias, y desde ese instante,vuelcas tu corazón, como agua en presencia del Señor…entonces él, en su incomparable bondad, hará que en esa hora de la noche, la noche misma se convierta en luz deliciosa.

Noche

Harás oraciones en privado sin pedir nada. Expresarás tu oración con voz muy silenciosa; pero tu mente se avivará y tus aspiraciones tendrán una fuerza penetrante e indescriptible. El uso de la palabra quita fuerza a la oración. En la noche no se necesitan palabras, no nos servimos de ellas; porque el afecto puro e íntegro toma la iniciativa. Únicamente el amor vibra en los oídos del Señor, y está de sobra cualquier expresión de los labios». Gilberto de Hoyland.