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«La parábola del Evangelio de hoy es una de las más claras y simples. Un padre se acerca a sus dos hijos para pedirles que vayan a trabajar a la viña. El primero le responde con una negativa rotunda: «No quiero». Luego, lo piensa mejor y va a trabajar. El segundo reacciona con una docilidad ostentosa: «Por supuesto que voy, Señor». Sin embargo, todo se queda en palabras pues no va a la viña.

También el mensaje de la parábola es claro y fuera de toda discusión. Ante Dios, lo importante no es «hablar» sino hacer; lo decisivo no es prometer o confesar, sino cumplir su voluntad. Las palabras de Jesús no tienen nada de original. Toda la tradición rabínica lo repite: «Los justos dicen poco y hacen mucho. Los impíos dicen mucho y no hacen nada».

Lo original es la aplicación que, según el evangelista Mateo, lanza Jesús a los dirigentes religiosos de aquella sociedad: «Os aseguro: los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios». ¿Será verdad lo que dice Jesús?

Los escribas hablan constantemente de la ley: el nombre de Dios está siempre en sus labios. Los sacerdotes del templo alaban a Dios sin descanso; su boca está llena de salmos. Nadie dudaría de que están haciendo la voluntad del Padre. Pero las cosas no son siempre como parecen. Los recaudadores y las prostitutas no hablan a nadie de Dios. Hace tiempo que han olvidado su ley. Son pecadores despreciados por todos. Sin embargo, según Jesús van por delante en el camino del reino de Dios. Tal vez, porque saben estar junto a los despreciados y tener compasión de los perdidos. Es exactamente lo que quiere el Padre.

¿Qué importará el credo que pronuncian nuestros labios si vivimos sin compasión, ocupados sólo en nuestro bienestar, sin parecernos al Padre que sufre con los que sufren? ¿Qué importarán las peticiones que dirigimos a Dios para que traiga al mundo paz y justicia, si luego apenas hacemos nada por construir una vida más digna como él quiere para todos?

Los cristianos hemos llenado de palabras muy hermosas la historia de veinte siglos. Hemos construido sistemas impresionantes que recogen la doctrina cristiana con profundos conceptos. Sin embargo hoy y siempre, la verdadera voluntad del Padre la hacen aquellos que traducen en hechos el evangelio de Jesús». P. Domingo Cameselle.