Aunque la fotografía corresponde a la liturgia del día del Corpus, la luz que irradia la presencia de Cristo en el altar, bien podía ser el resplandor de las ropas de Jesús en el momento de la Transfiguración en el monte Tabor, fiesta que la Iglesia celebra mañana..
Ya sabemos por la exégesis bíblica que se trata de un texto postpascual, situado en vida de Jesús, para darnos a conocer la experiencia de la resurrección. La luz que emana de la persona de Jesús, es la claridad que percibimos en nuestro interior, cuando en un camino de fe sentimos que Jesús nos toma consigo hasta una intimidad insospechada.
El contacto asiduo con las Escrituras, en la práctica monástica de la lectio divina, realizada al amanecer, cuando el cielo refleja el naranja y el violeta, se escucha el ladrido lastimero de un can, el canto del gallo y el trino de los pájaros; y un aire fresquito penetra por la ventana, entonces se producen los momentos de silencio más especiales que iluminan el resto de la jornada. No hay imágenes, figuras o afecto sensible, solo presencia que podríamos nombrar como un pálido reflejo de la “luz tabórica”, tan querida para los monjes orientales.
Cuando la mente está en Dios, pierde toda figura. Pues contemplando al único, llega a ser única y completamente luz (Máximo el Confesor, sVII)
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