Hoy se celebra la fiesta de San Antonio Abad, padre de los monjes de Egipto. El  monacato cristiano nació en el s.IV en Egipto, Palestina y Siria, a la vez, pero  solo el que se desarrolló en los desiertos del primero, pasó a Occidente. En las fuentes del monaquismo nos encontramos con la “Vita Antonii”, texto escrito por el patriarca de Alejandría, San Atanasio – en contra de la herejía de los arrianos-, en el que relata la vida y la espiritualidad de los primeros habitantes del desierto en la figura de San Antonio.

En el punto 55 el Abad Antonio recomienda a sus discípulos que escriban todos los pensamientos y sentimientos, porque así se quedan en el papel y no cargan sobre los demás:

Tomemos nota y pongamos por escrito nuestras acciones y los impulsos del alma, como si tuviéramos que dar cuenta los unos a los otros (…)Pongamos por escrito nuestros pensamientos como para confiarlos a otros, y nos veremos más libres de los pensamientos impuros(…)Que el escribir nuestra vida sea el ejercicio que supla las miradas de los compañeros, para que al avergonzarnos de escribir estas cosas, como nos ruborizamos de ser vistos por otros, no brote nada malo de nuestra mente.

Vemos que esta práctica espiritual de escribir un Diario, es tan antigua como eficaz a la hora de sanar el corazón, pues no se trata tanto de redactar acontecimientos, que pasan a segundo plano, como de desvelar lo secreto de alma y hacerlo consciente a través del papel en blanco. Así la escritura se convierte en fuente de revelación y podemos beber de nuestro propio pozo que es la vida interior.

Un dato curioso: El Zen se iniciaba en China cuando la gran era de los Padres del Desierto se aproximaba a su fin en Egipto, como si el silencio y la soledad y el contacto desnudo con el Absoluto se resistiesen  a desparecer y tomasen otra forma de expresión, para con el paso de los siglos, retornar a Europa.

Como los pimientos picantes que cultiva la hermana Evarista se secan en la cocina, así se secaba la piel de los primeros habitantes del Desierto, pero su alma era un huerto regado, penetrada por el Dios vivo.