El jueves 17 de septiembre celebramos a Santa Hildegarda deBingen, doctora de la Iglesia y monja alemana benedictina del siglo XII. Esta mujer anticipada a su tiempo es un pozo de sabiduría y de conocimiento. En la actualidad, es nombrada en muchos ámbitos: en la música, la pintura, la medicina natural y en la espiritualidad cristiana. Es bueno recordar que sus sabios aportes en los campos del arte y la curación, brotaron de una fe en Jesucristo, cultivada en un monasterio y fecundada por la oración y la vida comunitaria.
Fue figura destacada en la Iglesia y en la política de su tiempo, no dudando en salir de la clausura, cuando era una anciana, para predicar en las catedrales de Tréveris, Colonia y Maguncia.
Su teología concibe el Cosmos y la persona como un todo y lo que ocurre en el firmamento tiene su reflejo en el interior de la persona.
Dios dio forma a la persona según el firmamento y reforzó su fortaleza con las fuerzas de los elementos y sus fuerzas apuntalan las cosas interiores de la persona, de modo que el ser humano, respirando, las origina y las emite, así como el sol que ilumina al mundo despliega sus rayos desde sí y nuevamente los recoge.
Hildegarda es nuestra amiga y nos podemos acercar a sus escritos, no tanto para entenderlos con la razón como para respirarlos y sentir los vientos y el fuego y los astros dentro de nosotras. En la lectura de sus visiones hay un estribillo que resume el núcleo del cristianismo: la persona que se deja arrastrar por el mal, sufre, pero gracias a Jesucristo y a su Espíritu, puede salir a flote, pues el alma es el aliento de Dios en cada una de nosotras y lo mismo que el calor y la humedad hacen germinar la tierra, el alma que es la humedad del cuerpo, hace reverdecer a la persona.
¡¡ Que saques fuerzas de la gracia de Cristo (2 Tim 2,1)
como Hildegarda!!
El alma, bien cuidada y con la gracia de Dios, hace reverdecer el cuerpo. Muy bonito, gracias por estas palabras luminosas.