En el desierto, respirar el perfume de la vida, fue el  tema que el padre Carlos María Antunes, desarrolló durante la semana pasada, en la que pudimos disfrutar de su presencia y sabiduría. Este monje de Sobrado dos Monxes (La Coruña), es natural de Portugal y ha publicado varios libros en su idioma. En castellano está traducida su obra Solo el pobre se hace pan.

Nos fue hablando, desde su experiencia de desierto, del encuentro íntimo con Jesús en la soledad. Esa soledad que a veces nos aplasta y encapsula todo nuestro cuerpo desde los pies, pero que si desde la experiencia de la fe, somos capaces de atravesarla y permanecer en el dolor que nos produce, se convertirá en la puerta hacia una realidad secreta que nos espera, la misericordia de Dios.

Todas tenemos experiencia de no saber resolver y de perdernos en el absurdo y el abismal vacío de nuestro interior que, en ocasiones se nos presenta. Sin embargo, y alejado de todo pronóstico, esa fractura interna –o incluso a veces socavón-, que aparece de forma recurrente  ante nosotras, no es para caer en él, sino para darnos cuenta de que podemos volar. La dificultad que nos venga en la vida, por muy grande que sea, no es para hundirnos, sino para tomar consciencia de que tenemos alas y de que podemos acceder a la sabiduría, la fe y la madurez que nos presenta, si permanecemos en esa soledad y no huimos de ella. Esta actitud no tiene nada de dolorista, ni de masoquismo, sino que como Jesús, en noches de silencio y oración, en intimidad con el Padre, damos espacio a que acontezca dentro de nosotras, por muy desagradable que nos resulte. Orando el “hágase tu voluntad”, la soledad nos comunicará su potencialidad y riqueza. Y podremos experimentar a Dios como un perfume, que nos señala la invisibilidad de su Presencia. Un perfume que derrocha misericordia al pronunciar el nombre de Jesús, como dice el Cantar de los cantares

Tu nombre es aroma que se expande (Cant 1, 3)