Eran las 6,20 de la mañana cuando atravesaba el oscuro y pétreo claustro camino de mi celda o habitación -si se prefiere-, nada de barrotes, todo libertad. Miré por una de las ventanas del cuadrilátero y el cielo estaba claro y luminoso, algo inusual para ser tan temprano. Un poco más tarde, ya desde la pequeña ventana de mi cielo (celda), volví a mirar el firmamento y su luz había desaparecido, estaba más oscuro que antes. ¿No es extraño? A medida que avanza el amanecer, la claridad debería ser mayor, pero no. Algo tan simple y natural, que se puede captar por el sentido de la vista, esa mañana fue justamente al revés. El cielo resplandecía más en las horas cercanas a la noche que cuando iba a amanecer.
A veces no entendemos ni los fenómenos naturales. Así que cuando Jesús nos dice que cómo nos va a hablar de las cosas celestiales, si no entendemos ni las terrenales, tiene algo de razón.
Día de la Ascensión, somos hijos e hijas de la luz, hijos e hijas del día, para entrar en el cielo al que subió Jesús, que es la intimidad del Padre. No hay que alzar la vista a lo alto, sino orientar los ojos del corazón hacia dentro que es donde está el cielo de la interioridad.
¿A qué te recuerdan las rosas de nuestro jardín con esos colores llameantes? ¿No te parecen lenguas de fuego?
Te deseamos una semana de cielo y rosas como preparación para Pentecostés y te invitamos en nuestra capilla a la
Sobre el día de la Ascención.
(‘Orientando los ojos al corazón’).
“¡Oh, llama de amor viva
que tiernamente hieres
de mi alma el más profundo centro!
¡Oh, toque delicado
que a vida eterna sabe
y toda deuda paga!”.
(San Juan de la Cruz).
Nos miramos hacia adentro, pobres como en el desierto. Más pobres aún en el silencio místico del alba. El camino (el ‘iter’) hacia nuestra particular celda es Gracia. Y está pleno de rosas.
“Deus, Deus meus, ad te de luce vigilo». (‘Oh, Dios, tú eres mi Dios, al alba te busco’. Sal. 62).
Las rosas son puras llamas de amor vivas. Suma paz.