Eran las 6,20 de la mañana cuando atravesaba el oscuro y pétreo claustro camino de mi celda o habitación -si se prefiere-, nada de barrotes, todo libertad. Miré por una de las ventanas del cuadrilátero y el cielo estaba claro y luminoso, algo inusual para ser tan temprano. Un poco más tarde, ya desde la pequeña ventana de mi cielo (celda), volví a mirar el firmamento y su luz había desaparecido, estaba más oscuro que antes. ¿No es extraño? A medida que avanza el amanecer, la claridad debería ser mayor, pero no. Algo tan simple y natural, que se puede captar por el sentido de la vista, esa mañana fue justamente al revés. El cielo resplandecía más en las horas cercanas a la noche que  cuando iba a amanecer.

A veces no entendemos ni los fenómenos naturales. Así que cuando Jesús nos dice que cómo nos va a hablar de las cosas celestiales, si no entendemos ni las terrenales, tiene algo de razón.

Día de la Ascensión, somos hijos e hijas de la luz, hijos e hijas del día, para entrar en el cielo al que subió Jesús, que es la intimidad del Padre. No hay que alzar la vista a lo alto, sino orientar los ojos del corazón hacia dentro que es donde está el cielo de la interioridad.

¿A qué te recuerdan las rosas de nuestro jardín con esos colores llameantes? ¿No te parecen lenguas de fuego?

Te deseamos una semana de cielo y  rosas como preparación para Pentecostés y te invitamos en nuestra capilla a la

 Vigilia del Espíritu Santo el día 22 de Mayo a las 19,00h