Fe

El pasado domingo se clausuró el así llamado «Año de la Fe» para la promoción de la nueva evangelización. Como reflejó el Papa Benedicto XVI en su Carta Apostólica, todo este año dedicado a la fe, ha pretendido servir para no dejar «que la sal se vuelva sosa y la luz permanezca oculta».

A veces da la impresión de que la fe es «algo» que se tiene o no se tiene. En realidad, es una capacidad inherente al ser humano y que constantemente necesita ser descubierta y vivida. El profesor Martín Velasco dice: «creer surge desde el centro de la persona. Se cree con el corazón». «Por la fe, la vida del creyente discurre en su interior; se le procura una luz que le hace ver la realidad con ojos nuevos; por ella el ser humano acoge el agua del manantial que alimenta la corriente de su vida y consiente al impulso que le orienta más allá de sí mismo».

El ser humano es en esencia capacidad de Dios, que diría San Agustín y por ello mismo es también receptáculo para acoger la fe. Y «solo el amor es digno de fe», pensó Hans Urs von Balthasar.

El propio Jesús percibió con claridad el misterio de la fe manifestándose en personas ajenas a la tradición judía. La enorme confianza de la mujer sirofenicia (Mt 15, 21-28), provocó en Jesús un salto en el vacío. De su mentalidad semítica hacia una comprensión universal, sin fronteras, del plan de Dios. La fe, la confianza de la cananea destruyen en un solo gesto todo límite de separación superficial. Dios mismo se vuelca dentro del contorno de las religiones y también fuera de él. Dice Javier Melloni: “Cada religión habla del Uno y es camino hacia el Uno de un modo diferente. …La Verdad verdadera sólo se ofrece con la conciencia de no agotarla, sino tan sólo de ser atraído por ella y ser convocado más allá de la propia perspectiva”.

Jesús nos estimula a dejar crecer en nosotros un tipo de fe que nos abre al Todo. “El que cree en mí, no cree en mí, sino en aquel que me ha enviado” (Jn 12, 44). Jesús es la Transparencia de Dios. Y Dios en Jesús vierte su Todo. Un koan zen dice: “la luz de la luna envuelve a la garza blanca”. Manteniendo su diferencia, es imposible separarlas. De la misma manera, Jesús se hace vehículo del Absoluto desde lo concreto de la vida humana. Creer en Jesús es abrirse a un horizonte inagotable, inabarcable, inmenso. Creer en Jesús es redimensionar la propia vida, saliendo de una conciencia puramente egótica a una comprensión del Ser como algo ilimitado. El Ser de Dios en nosotros, el Padre, impulsa su propia manifestación. Quiere ser vivido en nosotros. Las actitudes de nuestra vida, las palabras, los gestos se van conformando, haciéndose permeables a esa imagen dibujada desde siempre en el fondo de nuestro corazón.

«La fe es vida», dijo San Bernardo de Claraval. Un monje dibujó dos palitos en forma de uve en una pizarra: ¿Qué es esto? Todos contestaron: Es un pájaro. No, no, respondió él…es el cielo, atravesado por un pájaro…esa es la visión de la fe.