Capilla-conchas

Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados”. Ayer, el pastor salía al encuentro de la oveja perdida. Descendía del monte de la abundancia en busca de los que vivían enredados en las cañadas oscuras de la necesidad. ¿Por qué ahora invierte el dinamismo y ya no es él quien  va sino que somos nosotros los que venimos? En esta alternancia del deseo se gesta la vida. Somos seres en relación. Nuestra alma está hecha de partículas de amor entrañable. Un amor que puede ser universal pero nunca impersonal. El deseo de amor nos lleva, no solo a querer ser colmados pasivamente (es decir, con apertura y sin resistencias), sino a descubrirnos a nosotros mismos en nuestra tendencia hacia el otro. El otro por antonomasia es Jesús. Ese que, siendo distinto de mí, es “más íntimo que mi propia intimidad”, decía San Agustín. La plenitud nunca la encontraremos en el aislamiento (oveja desplazada de las noventa y nueve). En la separación solo hallaremos cansancio y agobio. Mantener una falsa identidad es realmente agotador. Jesús, como acción redentora, sale a nuestro encuentro. Al mismo tiempo, un impulso dinámico, un recuerdo de nuestro verdadero ser, nos lleva a ponernos en camino hacia el «más Otro de nosotros mismos». El buscador buscado. Y por fin, el descanso.