Comenzamos a dar despacio y conscientemente los primeros pasos de este tiempo de Adviento. El profeta Isaías a través de sus oráculos sobre Israel, nos habla pausadamente al corazón. Si realizamos el ejercicio monástico de lectura muy lenta sobre sus textos, descubriremos no solo la belleza de la literatura, sino que sus palabras nos infundirán fortaleza y ánimo. Ya verás, prueba, párate en cada palabra, respírala y deja que te penetre a través de todo tu cuerpo. Ya estás practicando la lectio divina.
Los caminos se preparan en el desierto, y aunque el símbolo del yermo es más propio del tiempo de Cuaresma en la liturgia de la Iglesia, el Aviento también es un período propicio para cultivar el silencio y la interioridad. En la quietud nos acercamos más a nosotras mismas y a Dios, y aunque el silencio no tiene nada que ver con la ausencia o presencia de ondas sonoras, sí que nos ayudan a adentrarnos en nuestro corazón, esos espacios sin ruidos externos, intervalos de meditación y “rumia” de la Palabra, que van gestando a Jesús dentro de cada una de nosotras.
El silencio nos hace más vulnerables, pero también nos abre a la dimensión contemplativa que todos tenemos y que nuestra mente tiene cerrada con siete llaves. Ante cualquier situación, nos asalta el pensamiento y antes de que abramos la boca, ya estamos maquinando algo justo, lógico y razonable, pero que quizás no sea verdadero. Entre la evidencia y la verdad, hay un abismo y solo podemos acceder a esa realidad verdadera, practicando la meditación silenciosa, que acallará nuestros planteamientos racionales, para dar paso a lo Divino. Ya verás, no contestes de inmediato, espera –algo muy de Adviento-, y la respuesta brotará desde lo más esencial y entrañable de ti. Es tu Cristo interior que balbucea ya próximo al pesebre.
Cuatro velas en la corona de Adviento, cuatro Domingos antes del día Navidad, cuatro pandas en los claustros cistercienses alrededor del cual se va configurando nuestra vida, rodeada de volúmenes puros donde poder practicar la lectio divina, la “amica quies” (amiga quietud) y donde la piedra de los macizos muros, es también nuestra amiga, arquitectura de las letras y del alma.
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