En comunión con toda la Iglesia, empezamos hoy, Miércoles de Ceniza, el tiempo litúrgico de la Cuaresma, que forma una unidad con el tiempo pascual, hasta Pentecostés. Somos pascuales, el centro de nuestra fe es la muerte y la resurrección de Cristo, que da sentido a nuestra realidad, que a veces es de cruz y otras veces de gloria.

San Benito esto lo tenía muy presente al invitar a todos los monjes, a que  juntos,  custodiasen la vida en toda su pureza durante el tiempo de Cuaresma (omni puritate vitam suam custodiore).  En el capítulo 49 de su Regla, recomienda a los hermanos las prácticas cuaresmales de la abstinencia en la comida y la bebida, la oración, la lectura de la Biblia, el silencio,…., con el fin de que nos ayuden, no a sufrir, sino a descubrir lo esencial de la Vida. Esa pureza benedictina no tiene ninguna connotación moral, sino existencial. Sería sinónimo de vivir nuestra fe en Cristo con integridad.

Así este tiempo nos irá acercando a celebrar la Pascua con una fe despojada de lo accesorio y superficial; de la inmediatez, que a veces no es tan necesaria; de los ruidos interiores y de fuera que nos impiden escuchar a Dios; del tiempo que dedicamos al móvil en vez de estar presentes en cada momento.

Nuestro Creador nos ha regalado el don de la Vida, el don de ser, que ahora nos toca custodiar, cultivar, para que florezca en esta primavera, como las florecillas silvestres del monte Castrove.