carlitosHoy llueve. Ayer también llovió, y antes de ayer. Al sonido de la lluvia se le suma el de las bellotas lanzadas desde las ramas de los carballos. Cuando se amontonan en el suelo y chocan unas contra otras, parecen canicas y pueden convertir el paseo en una actividad de riesgo.

Pero cuando vino Carlitos no llovía. Hacía calor y olía a laurel. Subido en brazos de su padre pudo acercarse mejor a las hojas y estrujarlas. A nosotras que le mirábamos, nos encantó su afán explorador.

Hay un salmo muy bello que dice:

Señor mi corazón no es ambicioso

ni mis ojos altaneros

no pretendo grandezas

que superan mi capacidad

sino que acallo y modero mis deseos

como un niño en brazos de su madre.

En otra traducción del salmo, encontramos:

En silencio y paz está mi alma

como el niño saciado del pecho materno.

Así de sereno se halla mi espíritu.

Para Sara Maitland, de la que ya os hemos hablado, su experiencia de amamantar a su hija durante la toma nocturna fue la primera puerta que se le abrió hacia el silencio:

Sigo pensando que aquellos dulces amaneceres, cuando la noche oscura se tornaba pálida y mi hija y yo regresábamos a nuestras respectivas individualidades sin desgarro ni pérdida, fueron el punto de partida de mi viaje al silencio. […]

La oscuridad, el «tiempo fuera del tiempo» y la quietud de la noche se han grabado en mi memoria junto con la plenitud de esa peculiar alegría silenciosa.

El lunes nos visitó un grupo de alumnos del colegio Santiago Apóstol de Vigo. Hicimos una práctica de silencio con ellos. Silencio caminando por el claustro a paso lento y silencio meditativo en la capilla. Antes, habían depositado sus móviles sobre el suelo, como un símbolo. Al terminar preguntamos: ¿quién repetiría esta experiencia? Algunos levantaron la mano.

Y ¿quién no? Hubo manos que se alzaron. Una muestra de que el silencio no pudo intimidarlos. Son buenas noticias aunque ninguno se dejó olvidado su móvil en un descuido. Ninguno.