arbolesTakeshi Shikama vivía en Tokio y harto del asfalto, de la polución y de un trabajo monótono decidió, junto con su mujer, marcharse a vivir al bosque, en la prefectura de Yamanashi. Allí con sus propias manos construyeron una casa y paulatinamente se fue obrando una transformación interior en el antes anodino Takeshi.

Al quitarle la corteza al primer árbol, un chorro de resina rojo salió disparado. Le impactó reconocer que el árbol era un ser vivo. Al talar un solo árbol, de pronto, podía ver el cielo, se abría una nueva dimensión y le maravillaba sentir la fortaleza de los árboles creciendo hacia el cielo.

«Galileos ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?» Hch 1, 1-11

 – Estamos contemplando la maravilla, una nueva dimensión…abierta al cielo.

Cuando a Takeshi y a su mujer no les quedaba más que poner el techo de la casa, él se sintió triste. En ese momento comprendió que se estaba fusionando con la naturaleza. Amaba ese bosque, se había abierto un nuevo mundo para él.

Más adelante, una vez sintió como un árbol le decía: fotografíame. Él obedeció. Pudo captar su increíble fuerza. Ese árbol se convirtió en su árbol vital. Va a menudo a su encuentro y siempre se aleja de él con la misma emoción que sintió la primera vez que lo fotografió. Entonces, dice: «sé que estoy bien».

El bosque para Takeshi es la frontera entre este mundo y el más allá.

¿Qué estaban mirando los discípulos? ¿En qué frontera se encontraban? En esa misma. En la línea que separa la irrealidad de la Realidad.

En su obra, El signo de Jonás, escribe Merton:

Cuando la lengua permanece muda, se puede descansar en el silencio de los bosques. Cuando la imaginación está tranquila, el bosque nos habla mostrándonos su irrealidad y la Realidad de Dios. Pero cuando la mente se acalla, el bosque se hace real y magnífico, y nos muestra, con su resplandeciente transparencia, la Realidad de Dios.

¿Qué es la Ascensión? ¿Hacia dónde nos guía? ¿Qué debemos creer?

En la resplandeciente transparencia…que deja el silencio de la mente…se revela la Realidad de Dios.

El bosquecillo de Armenteira…shhhhh!.