vocacionCanta el poeta:

Nadie fue ayer,

ni va hoy,

ni irá mañana

hacia Dios

por este mismo camino

que yo voy.

Para cada hombre guarda

un rayo nuevo de luz el sol…

y un camino virgen

Dios.

Saberse rayo nuevo de luz del sol, como nos indica León Felipe, sin duda ayuda a no conformarse con la vida que la inercia y la inconsciencia sobre quienes somos, nos empujan a llevar.  Tener «vocación» es reconocer la vibración especial que se produce en lo más íntimo de nosotros mismos, en contacto con determinadas facetas o manifestaciones de la realidad.

Escribe Javier Melloni en la revista Jesuitas:

La vocación personal revela mi lugar en el mundo. Sólo puede percibirse con los ojos del corazón (Efesios 1). Existe un camino único para cada persona pero mis peculiaridades no me apartan de los demás, sino precisamente me hacen entrar en comunión con ellos. Somos uno entre nosotros y en Dios (Juan 17, 21).

La vocación personal es mi nombre más íntimo y último […] Concentra nuestras energías físicas, psíquicas y espirituales en una sola dirección […] Sabemos que estamos realizando nuestra vocación personal cuando percibimos que nuestro hacer no desbarajusta nuestro ser, sino que lo expresa (somos nosotros haciendo eso).

La vocación personal es más íntima que la vocación religiosa o laical. Es más bien, el alma que anima cualquier otra vocación ulterior desde lo más íntimo de sí misma, es la fuente de todo acto, de todo gesto, de toda palabra personal.

Para aclarar lo que queremos decir, veamos unos ejemplos: la vocación de San Francisco de Asís fue la pobreza y la fraternidad universal; Juan XIII fue fiel a su vocación de bondad y sencillez.

Nuestra más bella flor interior, crece muchas veces en medio del barro y quizás por ello, ignoramos su enorme valor. Pero es tu flor. Y no solo para ti. Es la flor de Dios en ti para todos. Es el nuevo rayo de luz en forma de flor.