El mes de Noviembre, en la liturgia de la Iglesia, apunta a la escatología.  Las celebraciones  de Todos los Santos, los Difuntos, la Dedicación de la Basílica de Letrán -como figura de la Jerusalén celeste-, nos  señalan que estamos aquí de paso, y que nuestra esencia es vivir resucitadas.  Y de camino hacia el fin del Año Litúrgico,  a través de Santa Gertrudis la Magna y de Santa Matilde de Hackeborn -16 y 19 de Noviembre, respectivamente- , recordamos a una comunidad de monjas de la Edad Media, que encarnaron la realidad de apertura a la Gracia en todo momento.

Se trata del monasterio de Helfta (Alemania), que se fundó en 1229, en los suburbios de Eisleben –ciudad en la que nació Lutero-, y que duró hasta su disolución en 1546. A lo largo de estos más de 300 años, la comunidad pasó por varios  traslados de lugar, saqueos, incendios, una fundación, hasta  su cierre. De nuevo en 1999, un grupo de siete hermanas de la abadía cisterciense de Halberstadt en Baviera, recuperaron la vida cenobítica.

Pero lo más crucial de esta andadura monástica es que podemos encontrar en Helfta, un espíritu de apertura, renovación y mística. Era una comunidad benedictina que vivía el carisma cisterciense, nutriéndose de la Escritura, de los autores cistercienses, San Agustín, San Gregorio Magno; sus puertas estaban abiertas a dominicos y franciscanos -como Tauler o Enrique de Halle-, y en 1529 tuvieron un capellán protestante, desplazándose  incluso para el servicio dominical protestante, por la calle de Eisleben que en la actualidad se denomina, “el sendero de las monjas” (Nonnensteg)

Otra fuente de la que bebía la comunidad, a parte del amor a las letras en general , y de las Escrituras y Tradición en particular, era la Liturgia. Una salmodia bien entonada, composiciones musicales realizadas por las propias hermanas, el uso instrumentos, textos escogidos …, todo ello contribuía a que se vivenciara una “liturgia interior” en el corazón de cada monja, que a su vez dio lugar a una mística centrada en la humanidad de Cristo.

De estas santas mujeres, destacaron cuatro –dos se llaman Matilde y las otras dos Gertrudis-, de las cuales la Iglesia rememora a dos de ellas (como se indicó arriba): Santa Gertrudis la Magna y de Santa Matilde de Hackeborn. La primera por sus escritos y la segunda por su mensaje que fue recopilado por las hermanas de su comunidad, aunque esto no es lo relevante, porque ellas solo son transmisoras, de la atmósfera de espiritualidad femenina, culta, humana, musical, encarnada y misericordiosa, que allí se respiraba.

Lo que el ojo ve y la boca habla y la mano toca, se compara con la verdadera realidad como la luz vacilante de una vela con la tranquila luz del sol (Matilde de Magdeburgo)

Ahora nos toca a nosotras, nutrirnos del legado de estas mujeres que miraban más la bondad de Dios que la fragilidad humana, que ponían el acento en la Gracia y no en el esfuerzo.