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Ese es el título del conocido libro de Jean Vanier, fundador de las Comunidades de «El Arca». ¿Y qué nos sugiere?…

Esta semana ha sido muy especial para nosotras. Monjas de la comunidad «madre» del Monasterio de Alloz  y de la comunidad «hermana» del monasterio de Nuestra Señora de la Paz de La Palma se han reunido con nosotras en Armenteira para celebrar estos 25 años de vida de nuestra pequeña comunidad.

La vida que anima a las comunidades se refleja en que a la hermana Angelita de La Palma, no le importó demasiado subirse a una escalera para improvisar un toldo. Taladro en mano, hizo un excelente trabajo!


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La comunidad nos puede ayudar a ser plenamente humanos, humanas.

Jean Vanier nos invita a observar la tensión entre nuestra necesidad de ser los mejores ejerciendo todo tipo de control y entre nuestro deseo de aprender a vivir en paz con nuestras imperfecciones y con las de los demás.  Allí donde la modernidad privilegia el progreso y la perfección, Jean Vanier nos invita a poner atención en aquellos aspectos inherentes a la naturaleza humana, sumamente importantes pero muy a menudo olvidados, que son la imperfección y la fragilidad.

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Si sacamos a la luz el carácter universal y central de la fragilidad que compartimos todos y todas sin excepción, podremos ir más allá de nuestras diferencias y encontrarnos en una misma humanidad.  “Los débiles enseñan a los fuertes a aceptar e integrar su debilidad e incluso sus fracturas emocionales en su propia vida”.  No llegamos a desarrollar plenamente nuestro potencial más que cuando somos recibidos tal y como somos, con nuestros dones, sí, pero también con nuestras flaquezas.

La hermana Lourdes se subió a un árbol para atar un cabo del toldo. Nuestras comidas nunca son «a mesa puesta» y siempre requieren una alta capacidad de coordinación y colaboración! Es algo a lo que te acabas acostumbrando…y disfrutando.

fiesta03La intuición central que está en el corazón de El Arca tiene sus raíces en las relaciones de mutualidad en donde la persona mas frágil es la que permite a los dos participantes de dicha relación, descubrir su humanidad común. 

Así, Jean Vanier designa a la debilidad como un don y una oportunidad.  La debilidad se transforma en una fuerza de atracción que nos reúne y que crea, por ejemplo, la solidaridad alrededor de una persona herida y que necesita ayuda. 

La vulnerabilidad puede empujar a las personas a dar más de ellas mismas, a abrirse  y  a revelar sus propias imperfecciones. 

En contraste, la fuerza o la excelencia, muy a menudo impresionantes, tienden a dividir ya que incitan a la competencia y al temor de no estar a la altura. 

“Siempre me ha sorprendido ver cómo el compartir nuestras debilidades y nuestras dificultades nos proporciona mucha más alegría que el compartir nuestras cualidades y nuestros éxitos”, nos dice Jean Vanier.

Juan María y la Madre Martina celebran este inusual encuentro bajo un original toldo.

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Estar adecuadamente al servicio de los otros, exige ir mas allá de la caridad y de la simple tolerancia.  La arrogancia se trasluce siempre en todos aquellos casos en donde la pretensión desmesurada del que brinda la ayuda lo hace percibirse a sí mismo como superior y distinto de aquel al que sirve.  Él sabe por experiencia propia que la ayuda que está animada por un sentimiento común de solidaridad y de humanidad  tiene mejor gusto que aquella que nace del deber ser.

Aprovechamos la «xuntanza» para celebrar también el cumpleaños de la hermana Mari Carmen. Es bonito cumplir años y sonreír.

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“Cada criatura, cada ser humano por más frágil y vulnerable que sea, tiene la necesidad innata de experimentar que puede ser fuente de alegría, que su existencia tiene derecho a ser celebrada”. Jean Vanier nos sugiere que es solamente a través de estas manifestaciones de aceptación total que “la imagen negativa que tenemos de nosotros mismo tendrá la ocasión de transformarse”.  Es de esta forma como él alienta la fidelidad a esa presencia: a través de la expresión cotidiana de pequeños gestos de amor, de aceptación, de perdón.

La hermana Angelita se merece llevar dos sombreros…¡y los que ella quiera!

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Los cuidados rutinarios no deben hacernos olvidar que el fin primero del servicio es “el apoyo atento que permite al otro hacerse libre”.  Bien entendido esto no significa que las necesidades o las discapacidades vayan a desaparecer sino más bien que una persona no deberá sentirse prisionera de sus necesidades o eternamente en deuda hacia los otros.

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Jean Vanier no acepta que nos resignemos a los miedos primitivos e instintivos que nos habitan  y quiere más bien cultivar las apasionantes posibilidades que se nos presentan a través de la diferencia, con la finalidad de alentar el deseo de apertura no por imposición, sino por opción propia.  Vanier está convencido de que el amor puede hacer del poder una fuerza que engendre la vida, en vez de una fuerza destructiva.   “Dios no nos llama a realizar hechos extraordinarios sino a hacer cosas ordinarias con un amor extraordinario”,  nos dice él.

La hermana Ángeles, con sus 93 años es un ejemplo de esta sencillez luminosa…

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Cuando las personas marginalizadas son acogidas con amor y amistad, sus dones adquieren un potencial de curación personal e interpersonal a la vez que refuerzan la unidad.  La transformación es mutua y la persona más frágil es de esta manera fortificada en su capacidad de resiliencia y en su autoestima.

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“La única manera en la que podremos vivir plenamente en esta comunidad humana  es irguiéndonos con toda nuestra fragilidad y nuestro sufrimiento con el fin de abrirnos a los otros y no quedándonos encerrados en nosotros mismos”.

¿Puede tu comunidad, tu familia aceptar la vulnerabilidad? Solo así…solo así la vida comunitaria puede convertirse en una fiesta. Aprendamos a honrar la fragilidad…comenzando por hoy.